Recuerde:

"No existe el derecho a discriminar, discriminar no es una opinión, es un delito"

martes, 4 de octubre de 2016

Apaga el Cerebro

Esta semana que pasó fue dura. Mucho trabajo y pocos resultados, combinados con eventos naturales que toda mujer debe sufrir al menos una vez al mes, tuvieron como consecuencia  un jueves  melancólico y un viernes  reflexivo. Pensaba: "¿Qué hago con mi vida?" "¿Estoy desperdiciando los dones que me dio el "espíritu santo"?" "Debería estar haciendo más cosas, no?"... Me pregunto si en algún punto del camino tomé la decisión equivocada y  terminé donde no debía.

No sé si a los hombres les pasará, por ahí dicen expertos y no tan expertos personajes, que un hombre tiene la habilidad de no pensar en nada, mientras a las mujeres se nos dotó con una increíble capacidad de analizarlo todo, en mil escenarios diferentes, con un millón de posibles resultados.

cr. @gabrioguardo


En razón de este estado melancólico y reflexivo, recibí un consejo nada usual para mi, que me sirvió para pasar la racha en la que estaba: "Apaga tu cerebro". Simple, sin rodeos, ni compromisos, aparentemente sencillo -o por lo menos uno creería eso-. 

Así que, en honor a las buenas amistades, decidí apagar mi cerebro, dejar de pensarlo todo y disfrutar el fin de semana con aquellas cosas y personas que me dieran alegría.  No sé si a todos les pasa, pero el simple hecho de dejar de pensar para mi se convirtió en todo un reto: Mi cerebro intentaba volver a la vida una y otra vez, así que le puse música a todo volumen, un par de cervezas y compañía agradable. 

Me di cuenta que estoy acostumbrada a pensar en todo y todos -todo el tiempo-, que me estresa el solo hecho de que pueden pasar cosas que en el futuro significarían estrés o sufrimiento. Aún no ha pasado y probablemente puede que no pase, sin embargo, aquí estoy yo sufriendo por eso. ¿Cómo puede uno estresarse por la posibilidad de estresarse  por las cosas que ocurrirán en un futuro incierto,  fuera de nuestro alcance y control? -suena loco-.

Acompañada de la necesidad de resolver problemas imaginarios, estaba el ridículo sentimiento de culpa por comportarme por fuera de los "socialmente establecido". No me malentiendan, agradezco a mis padres la crianza que me dieron, todos los principios y valores que se esforzaron por inculcarme, pero creo firmemente que me lavaron el cerebro -así como sus padres a ellos-, porque no es posible que uno se sienta mal por hacer las cosas que le hacen sentir bien, solamente porque alguien dijo en algún libro de urbanidad que las señoritas no debían actuar según sus impulsos.

Así que, ahí estaba yo, intentando sentir la música, tratando de dejar de escuchar a mi cerebro decir una  y otra vez: "Y si..." "Que tal que..." "Mejor debería...". ¡Basta! 

Tal vez "Apagar el cerebro" no es el consejo más sabio de todos, no ocasionará que cambie  mi forma de vida de la noche a la mañana, y viva libre y sin preocupaciones. Aún así, sería un desacierto negar las ventajas de dejarse llevar, fluir con las circunstancias, sin pensar en nada más, sin creer en motivos ulteriores y disfrutar el "ahora".

Estamos tan enfocadas en el futuro, tan programados para planear, planear, planear, que se nos va la vida en eso y dejamos ir el presente y   los pequeños momentos de locura y espontaneidad que terminarán llenando de anécdotas divertidas el mañana. 

Ya lo habían dicho Timón y Pumba "Hakuna Matata".


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